Al dia siguiente de “La Noche Blanca” de Port Aventura
estaba agotado. Ya os comenté que fue un día de no parar.
Cuando me desperté me dolía la cabeza, y mis patitas también.
Parecía que me estuvieran pinchando con un montón de agujas. Mi dueño me
explicó que eso eran agujetas. Y es que tuve que caminar mucho el sábado y
tanto esfuerzo, ocasionó las agujetas. Y luego estaba la cabeza, me tomé una
cervecilla y por lo visto se me subió un poco a la cabeza. Yo casi nunca bebo.
Solo un poco en ocasiones festivas. El día de San Pedro ya os conté que me tomé
un mojito, y en La Noche Blanca, me tomé a medias con Chikipipi, una cerveza.
Pero bueno, a lo hecho pecho, mis planes para el domingo eran
estar en la cama, tranquilo y relajado. Pero mi dueño tenía planes muy
distintos.
Casi a mediodía volvíamos a estar en Port Aventura. Según
él, la mejor forma de sacarme ese cansancio de encima, era andar y hacer cosas.
Aish, ¿todos los dueños de ositos tienen estas locas ideas? Creo que solo lo
hace el mio.
Aunque tengo que reconocer que fui muy hábil. Después de
andar un poco, mis patitas ya no tenían energía y como estábamos muy cerca del “Hotel
Restaurante The Iron Horse” en la zona temática del Far West, me vino la
inspiración.
Con la excusa que tenía hambre y que aún nunca había comido en ese
restaurante conseguí que mi dueño me invitara. De esa forma podría descansar y
coger fuerzas de nuevo.
La verdad que este restaurante me gustó mucho. En el parque,
solo conocía “La Cantina” y ya me gusta, pero siempre viene bien cambiar.
La decoración del interior es 100% oeste americano. Me
encantó.
Y la comida también, una selección de platos de cocina
americana, hamburguesas, aros de cebolla, pizzas, carne, frituras…
Mmmmm. Solo viendo la carta, se me hacía la boca agua.
Al final me pille una gran hamburguesa.
Quedé tan lleno, que
ni podía comer el postre. Aish, el botón del pantalón corría peligro de salir
disparado.
Tan empachado estaba, que no podía ni andar, solo me
apetecía hacer una buena siesta. Así que al final, mi dueño me puso en la bolsa
de transporte que suele llevar y me acurruqué en la bolsa. En ese momento
empezó a llover, rápidamente cerré la cremallera de la bolsa. Suerte que es una
bolsa impermeable. Así que el único que se mojaba era mi dueño. Jejeje.
Y nada, un rato después ya estaba en casa, enseguida me
acurruqué en mi almohada amarilla, pues la lluvia ya se había convertido en una
tormenta con truenos y relámpagos. Así que allí es donde mejor estaba.
Un hociquito…. Empachado.
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