Desde el día que paseamos con el bus turístico tenía muchas ganas de poder visitar la Ópera Garnir, una visita que me gustó mucho. Hay dos modalidades para visitarla libre o guiada. Al
final después de pensarlo un poco, decidimos hacerla guiada, pues con nuestra
Paris Pass podíamos entrar gratis. A veces las visitas guiadas son un rollo,
pero en esta ocasión no me arrepiento.
Nuestra guía era italiana, y resultó una
visita amena, divertida y entretenida, y claro, aprendí mucho sobre la historia
de la Ópera Garnier.
La Ópera Garnier no deja indiferentes a sus visitantes.
Tanto su imagen exterior, con su fachada solemne y majestuosa, como sus
deslumbrantes interiores, cautivan y causan admiración. Y es que precisamente
es esto
lo que pretendía Napoleón III cuando encargó su construcción al
arquitecto Charles Garnier, cuyo proyecto Neo-barroco resultó elegido entre 170
que fueron presentados.
Cuando las obras arrancaron, la Emperatriz Eugenia de
Montijo, preguntó al arquitecto si el edificio tendría estilo griego o romano.
Y Garnier le contestó: "¡Es estilo Napoleón III, señora!".
Efectivamente, el teatro carecía de escuela arquitectónica definida o era, más
bien, una mezcla de muchas: una especie de neobarroco grandilocuente y bastante
ornamentado, con influencias de distintas épocas, que terminó efectivamente
siendo conocido como "estilo Napoleón III".
La construcción de la Ópera Garnier comenzó en 1860,
finalizando en 1875 tras sufrir numerosos avatares. Durante las excavaciones
para la colocación de los cimientos se encontraron aguas subterráneas, el país
sufrió la Guerra Franco-Prusiana de 1870, viviéndose finalmente la caída de la
Francia imperial. En octubre de 1873 el conocido como Teatro de la Academia
Real de Música (antigua Ópera de París) quedó destruido tras un incendio, lo
que impulso las obras de la Ópera Garnier.
Las aguas subterráneas encontradas retrasaron ocho meses las
obras, pues es el tiempo que las bombas a vapor tardaron en drenar el agua,
pero tuvo que hacerse algo más, pues el agua volvia a aparecer. Justo esto ha
originado una leyenda que dice que debajo de la opera hay un lago. Pero… la
verdad es que no es como lo podrías esperar.
Como decía el agua era un impedimento para las obras y se decidió crear
un cuvelage en hormigón lleno de agua. El objetivo de esta cuba abovedada era
resistir a la presión de las aguas de infiltración y así asegurar la rigidez de
ciertas partes juzgadas demasiado frágiles de los edificios y de las malas
calidades. Es gracias a un río, llamado "Grande-Batelière", que esta
cuba pudo ser realizada. Pasaba muy cerca de los edificios y abastecía en otro
tiempo una fuente de agua potable para la ciudad de París. Hoy, este lago
subterráneo sirve de depósito para los bomberos en caso de siniestro. Cada mes,
controles son efectuados por los bomberos de París.
Estas y más visicitudes en las obras inspiraron la
imaginación del escritor Gastón Leroux, que escribió “El Fantasma de la Ópera”.
Una historia tremendamente bella en la que unía
pasión, amor y terror, en medio del
goticismo escénico propio de la época. Donde un siniestro personaje
habita en los subterráneos de la Ópera y se enamora, a la vez que ejerce de
mecenas de la nueva e inexperta cantante de la compañía. Pero probablemente el
detonante fue el rumor extendido de que se había hallado, en 1908, un cadáver
bajo los subterráneos de La Ópera. El cadáver tenía la cara tapada con una
máscara por estar desfigurada y conservaba un anillo de oro en su dedo. Pero no
fue el único… también se dijo que la lámpara del auditorio cayó una vez,
causando una víctima. Así es como en la escena final de la novela el “fantasma”
logra desprender la lámpara cayendo sobre los palcos y butacas, provocando el
caos y aprovechando la ocasión para secuestrar a su amada y llevarla al fondo
de los infiernos.
Cuando estaba sentado en las butacas del palco, miraba un
poco preocupado la lámpara del techo, por si acaso, jejeje.
Bautizada con el nombre de Academia Nacional de Música, en
1979 su nombre pasó a ser Teatro Nacional de la Ópera de París; tras la
construcción del moderno Teatro de la Bastilla dejó de ser la sede de la
Compañía de Ópera y volvió a ver modificado su nombre, al actual de Ópera
Garnier.
La fachada exterior del Palais Garnier está dominada por una
serie de columnas que conforman la imagen conocida del edificio, entre ellas
podremos admirar durante nuestra visita bustos de Mozart o Beethoven, entre
otros. En el interior sorprende su tamaño, 11.000 metros cuadrados de lujosos
acabados. Terciopelos, pan de oro, imágenes de querubines y ninfas, las
pinturas de sus techos, labrados mosaicos o simplemente la majestuosidad de los
grandes espacios, con sus pasillos y salas. El auditorio de la Ópera Garnier
posee una capacidad de 2200 espectadores.
Si algo destaca sobre todo lo demás probablemente sea su
escalera central. De mármol blanco y rematada por un opulento pasamanos de
mármol rojo y verde, da una idea perfecta de la ostentación que mostraban en
aquella época quienes acudían a la Ópera Garnier. No se trataba tan solo a
disfrutar de la música, sino a mostrar el estatus y dejarse ver en sociedad.
Precisamente este pasamanos de mármol es muy largo, y desde
el primer momento que lo vi, me recordó a un tobogán. Aprovechando un despiste
de mi dueño, me subí hasta el tramo más alto de la escalera y lo usé de
tobogán. Al ser tan largo adquirí mucha velocidad y el final no fue el
previsto.
Me llevé un buen golpe en el hocico, pero como nadie me vio, me
levanté muy digno y seguí la visita con normalidad.
El lujo y la opulencia de la decoración a base de pan de oro
y mosaicos se extienden a los vestíbulos, donde los espectadores, figuras
importantes de la vida parisina, se paseaban en los descansos.
Una visita de 90 minutos pero donde aprendí muchísimas cosas
tanto de ese edificio como de la sociedad francesa del siglo XIX.
Petit museau
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